lunes, 26 de septiembre de 2022

Iturbide y la última batalla por la independencia de México

En el trono que muestra la portada del libro aquí adjunto se sentó Agustín I, titular de una monarquía que existió del 28 de septiembre de 1821 al 23 de marzo de 1822 con el nombre de Imperio Mexicano.

No por una casualidad esta silla con sus áquilas doradas se conserva actualmente en un oratorio de la catedral de la Ciudad de México.

En 1820, conspicuos representantes de la jerarquía católica conspiraron al lado de los más ricos hacendados y comerciantes de la Nueva España para convertir en emperador de México a Agustín de Iturbide, un converso teniente coronel del ejército virreinal a la causa independentista, que en el último tramo de la guerra hizo que todo cambiara para que todo siguiera igual.

México se desprendía de España, pero quedaban excluidas las aspiraciones republicanas expresadas por los primeros insurgentes en la Constitución de Apatzingan de 1813. ¿Será por eso que muchos mexicanos se preguntan porqué a Iturbide no se le menciona en la ceremonia del Grito de Independencia entre los “héroes que nos dieron Patria”?. El libro de Jorge Belarmino Fernández Tomás no plantea esa interrogante, pero quizá un lector suspicaz la puede extraer de ahí.

Para que la Republica Mexicana se consolidara, el trono morado de la portada del libro que expone junto a los colores de la bandera, símbolos de la Iglesia católica como la cruz y la virgen de Guadalupe, fueron atravesados por espadas, mediante luchas por el Estado laico, la libertad de prensa, el voto universal y la autonomía de las distintas regiones de la América Septentrional integrantes de una unidad política que llevaba ya tres siglos en formación, desde 1521.

Los historiadores suelen afirmar que la historia se escribe desde el corazón. El libro de Jorge Belarmino Fernández Tomás no es en absoluto una excepción. En Guerra de Independencia; la última batalla describe y explica la estrategia de Iturbide para hacerse del poder, arropado por los conspiradores de la Profesa, el templo de San Felipe Neri que aún existe en el centro de la Ciudad de México, donde se hicieron los planes para que acaudalados y poderosos novohispanos preservaran sus intereses en aquel Imperio Mexicano.

El ensayo histórico de Fernández Tomás se basa en una investigación bibliográfica, que le resulta suficiente para sustentar su tesis. La heurística tiene un propósito revisionista de uno de los momentos clave de la historia de México. Coincide en el proyecto reinterpretativo con historiadores como Pedro Salmerón y escritores como Paco Ignacio Taibo, inconformes con otros relatos dominantes de la historia, como el de la llamada “conquista”, la denigración de la cultura mexica, el envilecimiento de la figura del cura Miguel Hidalgo y Costilla, Francisco Villa y otro líderes de la Reforma y la Revolución.

Aunque tiene como subtítulo “La última batalla”, el libro no es de historia militar propiamente, no está dedicado a narrar la última batalla que en sí tuvieron los insurgentes con el ejército realista de la Nueva España en la localidad de Azcapotzalco el 19 de agosto de 1821, entonces en la periferia de la Ciudad de México. Describe las acciones del teniente coronel realista Agustín de Iturbide para tomar el ppoder constituyendo una monarquía que preservaría los privilegios del clero, la cúpula militar y la alta burocracia novohispanas, los privilegios para hacendados y grandes comerciantes, creando la impresión de que todo cambiaría para que todo siguiera igual.

Para conseguir ese propósito, Iturbide echó mano de sus habilidades personales, de su raíz criolla, de su conocimiento de las armas y la estrategia militar, y de sus conexiones políticas en la Ciudad de México con los sectores más conservadores del virreinato de la Nueva España, de tradición e ideología monárquica. Reaccionó en 1820 a nuevas circunstancias de la guerra. A pesar de la campaña permanente contra la insurgencia, Vicente Guerrero había resistido en el sur del virreinato, al mismo tiempo que un movimiento liberal había retirado a Fernando VII del trono en España. Permanecía viva la lucha por una propuesta republicana, la abolición de la esclavitud, la proclamación de libertades y derechos individuales, la anulación del viejo régimen económico y del fuero religioso. Pero Iturbide interviene para fraguar un plan que asegure el final de la contienda, asumiendo el control del nuevo Estado.

El relato de Fernández Tomás comienza a partir de la reanimación de la actividad insurgente comandada por Guerrero, a quien describe como un tipo de indomable fortaleza de ánimo, carismático y popular. Durante una década había logrado mantener hombres en pie de lucha, que en noviembre de 1820 reciben los primeros embates del ejército virreinal, esta vez encabezado por Iturbide, que llega a la región con la idea de que los alzados atraviesan por un momento de debilidad.

Había sido Iturbide un feroz antiinsurgente, que llamaba “cura loco” a Miguel Hidalgo, el líder de la insurrección popular que se hizo de la victoria frente a las fuerzas virreinales en la batalla de las Cruces del 30 de octubre de 1810, en las montañas occidentales de la cuenca del valle de México. Después de la persecución y captura del párroco de Dolores, Iturbide fue enviado a pacificar la región del Bajío, epicentro de la insurrección. Cuando el presidente del Tribunal de la Inquisición, Matías Monteagudo, convocó a la conspiración de la Profesa, fue llamado a sentarse al lado de la alta jerarquía católica, de comerciantes y hacendados interesados en influir en el desenlace final de esta guerra, precisamente para asegurar la preservación de sus privilegios en el periodo posvirreinal.

Estando en las montañas del sur, Iturbide inicia un intercambio epistolar con Guerrero al mismo tiempo que mantiene las operaciones ofensivas, sin poder quebrantarlo. Su intención es atraerlo hacia la formación de un nuevo cuerpo militar que culmine la guerra de independencia, ofreciéndole conservar el mando de sus hombres. En la localidad de Mezcala, siguiendo los planes de la conspiración de la Profesa, cambia de bando y anuncia a las tropas que no serán más una fuerza realista y lanza un anzuelo ofreciendo a Guerrero en una misiva conservar el mando de sus tropas.

En respuesta, el insurgente le tiende una red, no solo un anzuelo, afirmando que puede contar con su apoyo si se decide “por los verdaderos intereses de la Nación” y puntualizando: “entonces tendrá la satisfacción de verme militar a sus órdenes y conocerá a un hombre desprendido de la ambición e intereses, que solo aspira a sustraerse de la opinión y no a elevarse sobre la ruina de sus compatriotas”.

Para ese momento, un grupo de representantes novohispanos estaba ya en España preparando su participación en las sesiones de las Cortes, en el contexto de lo que se conoce en la historiografía española como el periodo liberal. Bajo el brazo llevaban ya la iniciativa de reconocimiento de la independencia de la Nueva España. A propósito de esta misión, Guerrero le escribió a Iturbide en una de sus misivas que no esperara a que volvieran, porque “ni ellos han de alcanzar la gracia que pretenden, ni nosotros tenemos la necesidad de pedir por favor lo que se nos debe por justicia, por cuyo medio veremos prosperar este fértil suelo y nos eximiremos de los gravámenes que nos causa el enlace con España [...]”

Iturbide recibió como señales positivas el intercambio epistolar con Guerrero y en un nuevo papel le dice que irá a Chilpancingo, en cuyas cercanías “más haremos sin duda en media hora de conferencia, que en muchas cartas”. Rematando este texto, apunta: “me lisongeo de darle a Ud. en breve un abrazo”, que confirme su recién construida amistad.

Guerrero acudió con cierta cautela a ese encuentro conocido en la historiografía como el “abrazo de Acatempan”. Fernández Tomás afirma que aquel “cuida mantenerse en segundo plano” y que esa actitud la mantendrá en los días posteriores. “No nos extrañe entonces que cada vez se oculte al aplauso público, comenzando por la firma del Plan de Iguala”.

Este documento no había sido escrito a solas por Iturbide, aunque generalmente los historiadores dan por hecho que así fue. No estuvo al margen de la visión política de los conspiradores de la Profesa, en particular de Juan José Espinosa de los Monteros, un abogado criollo a quien consulta en varios momentos, antes de llegar a la cita con Odonojú en Córdoba, que además firmó como secretario vocal y miembro de la Junta Gubernativa el Acta de Independencia de “esta parte del Septentrión” de América y la constitución del Imperio Mexicano, el 28 de septiembre de 1821.

La batalla de Azcapotzalco se libró el 19 de agosto de 1821 con un saldo a favor del ya constituido Ejército de las Tres Garantías y cinco días después Iturbide y Odonojú firman los Tratados de Córdoba. La campaña de los independentistas, observa Fernández Tomás, se desarrolla en un territorio relativamente pequeño, si se toman en cuenta las enormes dimensiones del virreinato de la Nueva España. Este espacio geográfico va de Guadalajara y Valladolid, hoy Morelia, a Veracruz y Oaxaca. En esta fase final de la lucha, los viejos compañeros de Morelos vuelven a las armas: Nicolás Bravo, Ignacio López Rayón y José María Bustamante; además, Guadalupe Victoria abandona la selva veracruzana, después de haber pasado ahí cuatro años. Aparece como un militar realista en ascenso Antonio López de Santa Anna, que logra sitiar a un conjunto de insurgentes en Veracruz, negocia con ellos y se suma a la insurgencia en el último lapso de la guerra. Por todas partes los militares realistas cambian de bando. Los independentistas van cerrando el cerco en torno a la Ciudad de México y toman Cuernavaca, Puebla, Pachuca y Querétaro. En Puebla, los acaudalados y poderosos reciben a Iturbude en la catedral y ahí “recita una pieza de oratoria” y jura la independencia. Más que como un insurrecto, es bienvenido como un garante de la paz. El 27 de septiembre de 1821 encabeza Iturbide la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México y al día siguiente es proclamado el Imperio Mexicano. Ignorando los objetivos republicanos de la lucha iniciada por Hidalgo y seguida por Morelos y Guerrero, Iturbide se ciñe finalmente la corona del nuevo imperio en julio de 1822. Se había dado la última batalla.

José Belarmino Fernández Tomás, Guerra de independencia. La última batalla, México, Fondo de Cultura Económica, 2021.



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