miércoles, 20 de marzo de 2019

Darwin en la región del Plata

El naturalista Charles Darwin estuvo en la región de Río de la Plata en los años 1833 y 1834. Su paso en esta zona fue solo una escala en un largo viaje por el mundo para estudiar la geología y la fauna. A Darwin, un naturalista, se le ha rendido culto intelectual desde que sorprendió con su obra sobre la supervivencia de las especies en 1859, haciendo de su estancia en esta zona una visita eterna.
Informe militar desde el sur de la provincia
de Buenos Aires, publicado en el Diario de la Tarde,
 de la ciudad de Buenos Aires,
el 14 de septiembre de 1833.
Foto: GGEdelosM

   Pocos son los registros de su estancia en este lugar y uno de ellos es este párrafo en el Diario de la Tarde de Buenos Aires, el 14 de septiembre de 1833, cuando recorría el sur de la provincia de Buenos Aires, cerca de Bahía Blanca.
   El informe militar refiere al naturalista como "Mr. Carlos Davien". Su tránsito atrajo poco la atención, pero dado que eran tiempos de guerra en la pampa al sur de Buenos Aires, se topó pronto con estaciones militares al mando de Juan Manuel de Rosas, quien entonces se levantaba como caudillo de la joven y conflictiva república Argentina.
   La publicación de El origen de las especies hizo reaccionar a argentinos y uruguayos acerca de su visitante en 1833 y 1834, dedicándole tiempo a la lectura y el análisis de su obra y llevando a las élites intelectuales del último tercio del siglo XIX -incluido, por ejemplo, el presidente Bartolomé Mitre- a disertar públicamente sobre su investigación, relacionándolo -sin darle ese nombre- con el "darwinismo social".

martes, 19 de marzo de 2019

La última conversación: Moctezuma y la Malinche


Foto
En la portada del libro, se
 representa el encuentro de Moctezuma y
Hernán Cortés. Malitzin, la intérprete, tiene
 frente a sí un signo que representa
 la palabra.
Imaginemos por un momento el episodio histórico en el que el emperador Moctezuma agoniza en palacio, segundos después de haber sido blanco de una pedrada. Su cuerpo reposa sobre el regazo de Malitzin, la intérprete, con quien el monarca elabora su último diálogo.
Afuera, en el costado este de la plaza monumental de Tenochtitlán, cientos de mexicas acosan con piedras el recinto, exigiendo la expulsión de Hernán Cortés, quien ya había amenazado con destruir los ídolos indígenas y estaba en pie de guerra. Era el 29 de junio de 1520. En su agonía, el tlatoani vivía en carne propia el drama de todo un pueblo.
Leer la reseña completa: La última conversación

Esta reseña de la novela histórica El monarca y la faraute de Luis Barjau, y de las investigaciones históricas Del gachupín al criollo de Solange Alberro, e Historia de la lectura de Pilar Gonzalbo, fue publicada por Guillermo G. Espinosa el 30 de agosto de 2015 en el diario La Jornada.

domingo, 3 de marzo de 2019

Bonaparte, símbolo de la guerra moderna, predilecto de los coleccionistas

Colecciones napoleónicas

El segundo centenario de la batalla de Waterloo, que significó la derrota definitiva de Napoleón el 18 de junio de 1815, ha demostrado que la figura del emperador es de lo más popular entre los coleccionistas de todo el mundo.
Uno de los eventos más significativos del verano en Europa ha sido la venta de mil objetos en el chateau de Fontainbleu, 55 kilómetros al sur de París.
El príncipe Alberto de Monaco ofreció en subasta una colección de artículos napoleónicos que el príncipe Louis II, su bisabuelo, reunió desde los 25 años de edad hasta su muerte en 1920.
El objetivo de la subasta fue conseguir fondos para la rehabilitación del castillo de la familia real de Monaco. Las mil piezas puestas a la venta han sido parte del Museo de Recuerdos de Napoleón, que administra el principado.
"Prefiero dar una nueva oportunidad de vida a esta colección de objetos y reliquias, organizando una subasta pública y presencial, en vez de ver que permanecen en las sombras", escribió el príncipe Alberto en un comunicado.
Algunas de las piezas brillantes de la colección provienen del botín de guerra de la batalla de Waterloo, tomado directamente del carruaje de Napoleón, el gran estratega caído en desgracia.
Un par de guantes, espadas, insignias y varios pares de medias blancas fueron algunos de los artículos personales que Napoleón dejó en su huída, cuando ingleses y alemanes obligaron a las tropas francesas a retroceder en Waterloo, territorio de Bélgica, campo de guerra de Europa por siglos.
El objeto que los apasionados coleccionistas esperaban ansiosamente este año en la subasta de Fontainbleu era un sombrero bicornio de fieltro que perteneció a Napoleón, uno de los 120 que usó en vida y uno de los 19 acreditados como genuinos por los expertos, repartidos en museos y colecciones privadas. Napoleón regaló este sombrero al veterinario de la casa del emperador, Joseph Giraud, y de ahí pasó a Mónaco.
El bicornio fue fabricado por la Casa Poupard de París, como casi todos los que petenecieron a Napoleón en 15 años en el poder.
Antes de la subasta se cotizaba en 400 mil euros. Un surcoreano identificado como Lee T. K. pagó un millón 884 mil euros por la pieza. La razón por la que llevó la puja hasta el final fue simplemente porque este entusiasta admirador de Napoleón, empresario del sector agroindustrial, ve en el sombrero un objeto de inspiración y lo quiere para exhibirlo en una vitrina del vestíbulo de la nueva sede de su compañía.

El triunfo de la realeza europea

La conmemoración de la batalla de Waterloo ha dado oportunidad de mostrarse en un encuentro oficial europeo a monarcas y familias reales. No fue un asunto de gobiernos, sino de nobles. Fue la reunión de los símbolos, no del poder político ni la administración.
La batalla de Waterloo representa la victoria de las fuerzas monárquicas de Europa sobre una nación que estaba entre la república y el imperio monárquico, que no acababa de definirse por lo que finalmente ha sido su mayor contribución a la humanidad y sus formas de organización política, la república y los derechos del hombre y el ciudadano.
El príncipe Carlos de Inglaterra y su esposa Camila, duquesa de Comouailles, encabezó la lista de los invitados de honor a la fiesta de Waterloo, 20 kiilómetros al sur de Bruselas. La ceremonia principal tuvo lugar al pie del montículo cónico que en en la punta tiene la escultura de un victorioso león, símbolo de la realeza europea.
Ahí o en ceremonias paralelas estuvieron también los monarcas de Luxemburgo, Monaco, Países Bajos y los descendientes de reinos e imperios extintos, incluido Charles Bonaparte, de la familia de Jerome, hermano de Napoleón.
Los monarcas de saco y corbata no se parecen a los de corona y capa rematada con hilos de oro. El desfile de la realeza europea, aquella que tuvo sus grandes momentos en la alta edad media y el absolutismo, produjo luces de un pasado que se presume glorioso y celebró en Waterloo el bicentenario de su triunfo.
El butte de lion fue hecho con la tierra del campo de batalla, en las afueras del pueblo de Waterloo, en memoria de aquel choque entre Francia y la alianza anglosajona, Inglaterra y Alemania, la séptima y última coalición monárquica contra la Francia revolucionaria, republicana y napoleónica.
La batalla de Waterloo fue una muestra de resistencia inglesa a la poderosa caballería francesa. El ejército de Wellington estuvo a punto de caer ante el embate de la Gran Armeé, pero el mariscal Blücher llegó a tiempo para reforzar a las agobiadas tropas inglesas, menos experimentadas que las prusianas en operaciones de infantería.
Napoleón había tratado de sorprender en Bélgica a los ejércitos enemigos, adelantándose a los planes de invasión de Francia. Sus vecinos estaban enfurecidos por el retorno del emperador en marzo, cien días antes de la batalla de Waterloo. Los últimos tres lustros, Napoleón había azotado Europa.
Aquellos ejércitos son las formaciones militares clásicas de la era moderna preindustrial. Y al frente de ellos figuraron los estrategas militares por antonomasia del siglo XIX, el prusiano Blücher, el duque de Wellington, Bonaparte y, años después, Bismarck.
La batalla de Waterloo fue además de todo uno de los escenarios de estudio y operación del general Clausewitz, que años más tarde escribiría la obra clásica de la teoría militar, Von Krieg (Sobre la guerra).

La leyenda sin fin

Los reinos de la séptima coalición ungieron a Luis XVIII rey de Francia y tiempo después se restauraría la república y no habría nunca más una familia real al frente del Estado francés, dejando a decenas de familias nobles viviendo en la oscuridad y abriendo un espacio infinito para la nostalgia, las colecciones y la memorabilia.
En 1920, Alemania se constituiría en república e Inglaterra seguiría siendo un modelo de monarquía constitucional, donde la familia real no sólo encabeza al Estado, sino también es símbolo de la nación.
El simbolismo de las guerras napoleónicas es extraordinario. Esto es parte de las razones por las que los coleccionistas tienen una devoción particular por Napoleón.
El sombrero bicornio -dicen los expertos de la subasta de Fontainbleu- fue utilizado por Bonaparte en la batalla de Marengo, en Italia, el 14 de junio de 1800, cuando apenas comenzaba la gesta napoleónica, la leyenda sin fin que anima tantas colecciones en el mundo y concita tal admiración, inspiración y pasión por un personaje de la historia.