viernes, 9 de septiembre de 2016

Una reflexión sobre las haciendas de México

Portal de la hacienda de Valparaíso. El inmueble
fue desmantelado y trasladado a la ciudad de Zacatecas
para evitar su venta a particulares y sumarlo al
patrimonio arquitectónico de la capital
zacatecana en la década de 1980.
Don Fernando de la Campa y Cos es uno de esos personajes raros de la historia que siendo inmensamente rico y miembro de la nobleza novohispana se desentendió de todos sus bienes y se convirtió en un ermitaño inconsolable, después de la súbita muerte de su amante, que habitaba una de las múltiples haciendas que fueron propiedad del conde de San Mateo.
De la Campa y Cos, conde de San Mateo, se fue a vivir a una cueva en las montañas próximas a la Sierra Madre Occidental, herido de amor por la pérdida de una mujer a la que le había entregado la casa grande San Miguel, que hoy está en ruinas en el municipio zacatecano de Valparaíso.
El conde fue dueño en el siglo XVII de miles de hectáreas sobre una vasta extensión territorial en lo que hoy son los estados de Zacatecas, Durango, San Luis Potosí, Jalisco; la leyenda dice que en sus viajes de Zacatecas a la Ciudad de México, don Fernando no salía de sus propiedades hasta llegar a su residencia en la capital novohispana, un edificio de fachada barroca y recubrimiento de tezontle rojo, conocido hoy como el Palacio de Iturbide.
La hacienda de San Mateo fue la sede de este emporio. Se localiza a unos 150 kilómetros al noroeste de la ciudad de Zacatecas, rodeada de lomeríos semiáridos donde se alimentaba el ganado, en la vertiente baja oriental de la Sierra Madre Occidental.

El escudo de armas del conde Valparaíso,
 don Fernando de la Campa y Cos.
El templo construido en la primera mitad del siglo XVIII está prácticamente en el abandono, en el centro de un pueblo de familias de agricultores y ganaderos migrantes, que van y vienen a los Estados Unidos.
Los techos de la casa grande se han desmoronado y la propiedad está en litigio, pero el simbolismo de esta hacienda es enorme porque es un caso ejemplar del nivel de concentración de la propiedad que alcanzaron las haciendas y de su propia catástrofe posterior.

Las haciendas fueron el eje de la vida económica y cultural de la Nueva España y el antecedente más remoto de muchos pueblos y municipios de todo el país.
Son el núcleo de la actividad agropecuaria y de la industria. En estos sitios se hizo sistemático el cultivo del maíz y el trigo, la caña de azúcar, el maguey, el agave y el tabaco. En sus terrenos se desarrolló la ganadería, el beneficio de metales, la producción de textiles, el pulque, el tequila, el mezcal.
Son también el punto de fusión de la gastronomía europea con la prehispánica, de las fiestas populares y de una parte de la educación. El metate y la estufa fueron puestas una al lado de la otra para crear el mole, las enchiladas y el pozole. En las haciendas nació la charrería, el mariachi, el tamborazo, las canciones rancheras, los corridos, las fiestas religiosas y las escuelas de párvulos.
Las haciendas son la cuna del mestizaje y de nuestro modo de ser. En ellas está el origen de un proceso civilizatorio de largo plazo, en los términos planteados por Norbet Elias desde la perspectiva de la sociología histórica francesa, que explica la forma en que los mexicanos constituimos nuestras comunidades.

La historia de las haciendas
Las haciendas son el escenario de la historia económica y social de México desde el siglo XVI hasta el XXI con todos sus episodios trascendentales, desde la supresión de las encomiendas, la dotación de mercedes reales y la ostentación de la nobleza novohispana hasta el auge fulgurante de las
grandes concentraciones de tierra en el porfiriato. Luego vinieron la revolución, la guerra cristera, la reforma agraria, la repartición de los cascos de las haciendas entre los peones y la decadencia.
La historia de las haciendas es un tema de claroscuros, polémico, pero, contradictoriamente, atractivo para la industria turística y sabiamente aprovechado en algunos estados de la república mexicana, donde algunas reedificaciones sirven ahora de hoteles exclusivos.
La educación pública tiene el tema medio soterrado, aunque más visible que en el pasado. Pero el eje de su narrativa sigue victimizando a los campesinos, en vez de recuperar esa formación económica como antecedente de mucho de lo que hizo a México, por su economía o su cultura.
El libro oficial de texto del cuarto grado le dedica un par de páginas a la historia de las haciendas. No es la dimensión de la ficha lo que importa, sino su contenido.
Por mucho tiempo la hacienda ha sido vista como núcleo de explotación, basado en un modelo quasi medieval, que dio causas a los revolucionarios de principios del siglo XX. "Hay una leyenda negra de las haciendas", dice el cronista del municipio de Guadalupe, Zacatecas, Bernardo Hoyo. Los hacendados eran miembros de la nobleza novohispana o gente del comercio que se abrió paso con riquezas y se hizo de propiedades y títulos nobiliarios.
Los nobles que recibíeron mercedes de tierra sobre las cuales fincaron sus haciendas y estancias de ganado no solo eran acreedores de un linaje y una distinción real, sino que además debían enfrentar la competencia y la eficiencia económica, porque estaban en juego sus propiedades. En otras palabras, la apropiación pudo haber estado auspiciada por la sanción monárquica, pero las operaciones y el funcionamiento del enclave económico quedaba en manos del propietario. Había una herencia feudal en la forma de la posesión de la tiera -aunque siempre hay que considerar que los títulos nobiliarios se podían comprar- y una realidad mercantilista, muy racional e independiente del Estado español y su estructura virreinal en la Nueva España.
El cambio de manos sobre la propiedad en la hacienda de Trancoso entre el siglo XVI y el XIX es una clara muestra de que la propiedad de la tierra no era inamovible y que la prosperidad no venía aliada con el halo nobiliario. Trancoso no configuró un espacio arquitectónico y un sistema económico hasta que la propiedad fue tomada por los García Salinas.
La producción agrícola y agropecuaria necesitaban grandes extensiones de tierra para incrementar el volumen de mercancías, ser más eficientes y reducir sus costos. Por eso las haciendas y las estancias de ganado se extendieron territorialmente. Es posible que haya habido veleidades de por medio, pero era una razón de supervivencia económica en un entorno que siguió leyes del mercado. Este mismo fenómeno se repitió en Sudamérica, donde se tiene el caso de las estancias de ganado en la provincia oriental, lo que es hoy el Estado uruguayo, que se expandieron continuamente hacia el norte, desde Montevideo.
Las haciendas, como sistema de producción, reemplazaron a las encomiendas, el primer método de expoliación económica, que fue establecido inmediatamente después de la ocupación militar española en el siglo XVI. En la segunda mitad, después de la guerra del Mixtón en 1542 y la fundación de Zacatecas en 1548, vino la formación de núcleos de población colonial y la explotación precapitalista de la tierra, a través de las haciendas. Más de dos mil haciendas tejieron la estructura productiva de la Nueva España y tan solo en Zacatecas hubo cerca de 200. Los cascos de muchas de ellas sobreviven a duras penas, como en Malpaso y Pinos, que fueron sitios espectaculares.