lunes, 4 de mayo de 2020

Robert Darnton y la historia de la lectura



Hacer historia de la lectura corre de manera paralela y concurrente con la historia del libro. ¿Cuál debiera ser la teoría y el método bajo los cuales se investiga el pasado de la actividad lectora? Esta es la pregunta que Robert Darnton se planteó y respondió en un ensayo publicado en 1993, en un libro que se propone explorar formas de hacer historia cultural. (1) Según el estado de la cuestión, los historiadores del libro dieron el primer aporte con información externa de la lectura, macroanalítica y microanalítica, respondiendo a las seis w de la técnica periodística de acopio de datos para una noticia o un reportaje: quién (who) leía, qué (what), dónde (where), cuando (when), porqué (why) y cómo (how).(2) Saber lo básico es importante, aunque a la corriente de historiadores culturales les es insuficiente. Ellos quieren conocer más sobre cómo se materializaron los hechos “desde abajo”, no desde la cabeza de las presuntas grandes figuras de la Historia con mayúscula. Lo escrito hasta el último cuarto del siglo XX, aunque apreciable, era insuficiente para conocer aspectos internos de la experiencia lectora, que en última instancia es donde se conoce el impacto de los libros entre la gente, lo que importa de su producción. Para una inmersión en el lado lector no basta con saber que la circulación de impresos en Francia creció inmediatamente después de la Paz de Westfalia de 1648, poniendo fin a las guerras religiosas en el centro de Europa. O que el volumen de libros en latín y la literatura religiosa cristiana se desplomó en el siglo XVIII, y que en su lugar hubo un auge de la novela. Estos datos para la curiosidad lectora son perlas ajustables a una cronología monumental. Pero los que hacen historia cultural demandan investigación empírica y quieren que la historia de la lectura se conozca densamente, explorando la antropología de esta actividad.
Las fuentes de la historia del libro y la lectura pueden remontarse hasta los registros de eventos notables como la Feria de Frankfurt de 1564 o los depots legal de la monarquía francesa en el siglo XVI. También las bibliotecas que pertenecieron a personalidades o instituciones del pasado proveen un rico caudal de información para lo que Darnton llama el análisis externo de la lectura. Así se logra vincular el quién con el qué, dice. Aunque tampoco es suficiente para penetrar en las motivaciones, el pensamiento y la recepción que produce en el interior de una persona la lectura de libros. En la Francia del XVIII pudieron ser incluso menos reveladores esos datos, si se considera la existencia de aquellos libros carentes del privilege du roi, que se producían y circulaban en medio del secreto.
Averiguar acerca del dónde y el cuándo han llevado a saber que la lectura en voz alta ha sido una de las prácticas comunes de todos los tiempos y que los libros han tenido más oyentes que lectores. Al final de la Edad Media, las familias o pequeñas comunidades atendían libros de rezos y catecismos por las tardes, a manera de recreación; en el siglo XVIII los burgueses crearon clubes de lectura y en el XIX hubo artesanos que contrataban a un lector para escucharlo mientras trabajaban. Y todo eso sin contar que desde el XVII hubo cafés en los estados germánicos, que se convirtieron en auténticas instituciones de lectura y discusión pública, con una creciente presencia de impresos periódicos y políticos.
Para resolver el cómo y el porqué de la lectura, Darnton propone cinco maneras de aproximación a su estudio, que son formas de hacer historia de la lectura. Uno: a través de los ideales y supuestos de la lectura. Dos: del aprendizaje y sus técnicas. Tres: desde la perspectiva de lectores que han dejado testimonio de ello. Cuatro: le teoría literaria, en la que la recepción de parte de los lectores es el punto clave, porque el significado de un libro no está fijado en sus páginas, sino que es construido por quien las lee. Y, cinco: la bibliogafía analítica, que estudia los libros como objetos físicos, dotados de un formato y una tipografía que genera un mensaje propio. (3)
La lectura como ideal es inmiscuirse en lo que la gente en tiempos específicos interpreta sobre esta actividad. Aunque la religión había cedido campo al género literario del relato, leer era todavía un acto sagrado, el acceso a la verdad de la letra impresa. En las ciudades germánicas del XVIII hubo manía por la lectura, que influía tanto en la moral de los lectores, que se cree que Las cuitas del joven Werther de Goethe desencadenó una serie de suicidios, en la década de 1770. La “fiebre casi epidémica” de la lectura hizo que muchos lamentaran su impacto sobre la moral y la política (el parto del Estado moderno, nada menos). El colmo fue que un escritor de apellido Heinzmann atribuyó a los excesos de esta actividad la debilidad ocular, los dolores de cabeza, hemorroides, enfriamientos, enfermedades pulmonares, asma, indigestión, trastornos nerviosos, hipocondría y melancolía.
El aprendizaje articulaba y hacía socialmente funcional la practica lectora. Antes que aprender a escribir en la Europa central dieciochesca, los niños aprendían a leer. Los franceses se iniciaban con el alfabeto, después conocían las sílabas y de ahí pasaban a leer oraciones en latín como el Pater Noster y el Ave María. Con eso, los menores habían adquirido el suficiente dominio de la palabra impresa para cumplir con la Iglesia. Después se incorporaban al trabajo productivo y su vida podría terminar sin que nunca hubiesen aprendido a escribir en su idioma.
La lectura podía provocar reacciones muy diversas. Muchos de los seguidores de Rousseau se hicieron revolucionarios. La interpretación que hizo Lutero de san Pablo llevó al protestantismo. La lectura de Marx a Hegel engendró la utopía comunista y el repaso de Mao a Marx transformó a China. La complejidad de las preguntas que se pueden hacer sobre el pasado de la práctica lectora no solo están en relación con las diferentes maneras de hacer las cosas en un tiempo o en otro. La construcción de los textos, las fórmulas retóricas, el uso de la puntuación y la presentación de los cuerpos de texto complican las posibles interpretaciones. Para hacer frente a esa abigarrada problemática, Darnton sugiere la confluencia de la teoría literaria y la historia de los libros. Fiel a sí mismo, introduce un ángulo teórico y uno metodológico de giro antropológico. Defiende una doble estrategia que combine el análisis textual (teórico) con la investigación empírica. La historia de la lectura no debe reducirse a una cronología de variaciones sociales y tecnológicas. Aunque todo ello es relevante.

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1) Burke, Peter et al, Formas de hacer historia, Madrid, Alianza Editorial, 1993.
2) Darnton, Robert, “Historia de la lectura”, en Burke, Peter et al, Formas de hacer historia, Madrid, Alianza Editorial, 1993, p. 192.
3) Darnton, Op cit, 204-213.