Hacer historia de la lectura
corre de manera paralela y concurrente con la historia del libro.
¿Cuál debiera ser la teoría y el método bajo los cuales se
investiga el pasado de la actividad lectora? Esta es la pregunta que
Robert Darnton se planteó y respondió en un ensayo publicado en
1993, en un libro que se propone explorar formas
de hacer historia cultural. (1) Según el estado de la cuestión, los historiadores del libro dieron
el primer aporte con información externa de la lectura,
macroanalítica y microanalítica, respondiendo a las seis w
de la técnica periodística de acopio de datos para una noticia o un
reportaje: quién (who) leía, qué (what), dónde
(where), cuando (when), porqué (why) y cómo
(how).(2) Saber lo básico es importante, aunque a la corriente de
historiadores culturales les es insuficiente. Ellos quieren conocer
más sobre cómo se materializaron los hechos “desde abajo”, no
desde la cabeza de las presuntas grandes figuras de la Historia con
mayúscula. Lo escrito hasta el último cuarto del siglo XX, aunque
apreciable, era insuficiente para conocer aspectos internos de la
experiencia lectora, que en última instancia es donde se conoce el
impacto de los libros entre la gente, lo que importa de su
producción. Para una inmersión en el lado lector no basta con saber
que la circulación de impresos en Francia creció inmediatamente
después de la Paz de Westfalia de 1648, poniendo fin a las guerras
religiosas en el centro de Europa. O que el volumen de libros en
latín y la literatura religiosa cristiana se desplomó en el siglo
XVIII, y que en su lugar hubo un auge de la novela. Estos datos para
la curiosidad lectora son perlas ajustables a una cronología
monumental. Pero los que hacen historia cultural demandan
investigación empírica y quieren que la historia de la lectura se
conozca densamente, explorando la antropología de esta actividad.
Las fuentes de la historia
del libro y la lectura pueden remontarse hasta los registros de
eventos notables como la Feria de Frankfurt de 1564 o los depots
legal de la monarquía francesa en el siglo XVI. También las
bibliotecas que pertenecieron a personalidades o instituciones del
pasado proveen un rico caudal de información para lo que Darnton
llama el análisis externo de la lectura. Así se logra vincular el
quién con el qué, dice. Aunque tampoco es suficiente para penetrar
en las motivaciones, el pensamiento y la recepción que produce en el
interior de una persona la lectura de libros. En la Francia del XVIII
pudieron ser incluso menos reveladores esos datos, si se considera la
existencia de aquellos libros carentes del privilege du roi,
que se producían y circulaban en medio del secreto.
Averiguar acerca del dónde y el cuándo
han llevado a saber que la lectura en voz alta ha sido una de las
prácticas comunes de todos los tiempos y que los libros han tenido
más oyentes que lectores. Al final de la Edad Media, las familias o
pequeñas comunidades atendían libros de rezos y catecismos por las
tardes, a manera de recreación; en el siglo XVIII los burgueses
crearon clubes de lectura y en el XIX hubo artesanos que contrataban
a un lector para escucharlo mientras trabajaban. Y todo eso sin
contar que desde el XVII hubo cafés en los estados germánicos, que
se convirtieron en auténticas instituciones de lectura y discusión
pública, con una creciente presencia de impresos periódicos y
políticos.
Para resolver el cómo y el porqué de
la lectura, Darnton propone cinco maneras de aproximación a su
estudio, que son formas de hacer historia de la lectura. Uno: a
través de los ideales y supuestos de la lectura. Dos: del
aprendizaje y sus técnicas. Tres: desde la perspectiva de lectores
que han dejado testimonio de ello. Cuatro: le teoría literaria, en
la que la recepción de parte de los lectores es el punto clave,
porque el significado de un libro no está fijado en sus páginas,
sino que es construido por quien las lee. Y, cinco: la bibliogafía
analítica, que estudia los libros como objetos físicos, dotados de
un formato y una tipografía que genera un mensaje propio. (3)
La lectura como ideal es inmiscuirse en
lo que la gente en tiempos específicos interpreta sobre esta
actividad. Aunque la religión había cedido campo al género
literario del relato, leer era todavía un acto sagrado, el acceso a
la verdad de la letra impresa. En las ciudades germánicas del XVIII
hubo manía por la lectura, que influía tanto en la moral de los
lectores, que se cree que Las cuitas del joven Werther de
Goethe desencadenó una serie de suicidios, en la década de 1770. La
“fiebre casi epidémica” de la lectura hizo que muchos lamentaran
su impacto sobre la moral y la política (el parto del Estado
moderno, nada menos). El colmo fue que un escritor de apellido
Heinzmann atribuyó a los excesos de esta actividad la debilidad
ocular, los dolores de cabeza, hemorroides, enfriamientos,
enfermedades pulmonares, asma, indigestión, trastornos nerviosos,
hipocondría y melancolía.
El aprendizaje articulaba y hacía
socialmente funcional la practica lectora. Antes que aprender a
escribir en la Europa central dieciochesca, los niños aprendían a
leer. Los franceses se iniciaban con el alfabeto, después conocían
las sílabas y de ahí pasaban a leer oraciones en latín como el
Pater Noster y el Ave María. Con eso, los menores habían
adquirido el suficiente dominio de la palabra impresa para cumplir
con la Iglesia. Después se incorporaban al trabajo productivo y su
vida podría terminar sin que nunca hubiesen aprendido a escribir en
su idioma.
La lectura podía provocar reacciones
muy diversas. Muchos de los seguidores de Rousseau se hicieron
revolucionarios. La interpretación que hizo Lutero de san Pablo
llevó al protestantismo. La lectura de Marx a Hegel engendró la
utopía comunista y el repaso de Mao a Marx transformó a China. La
complejidad de las preguntas que se pueden hacer sobre el pasado de
la práctica lectora no solo están en relación con las diferentes
maneras de hacer las cosas en un tiempo o en otro. La construcción
de los textos, las fórmulas retóricas, el uso de la puntuación y
la presentación de los cuerpos de texto complican las posibles
interpretaciones. Para hacer frente a esa abigarrada problemática,
Darnton sugiere la confluencia de la teoría literaria y la historia
de los libros. Fiel a sí mismo, introduce un ángulo teórico
y uno metodológico de giro antropológico. Defiende una doble
estrategia que combine el análisis textual (teórico) con la
investigación empírica. La historia de la lectura no debe reducirse
a una cronología de variaciones sociales y tecnológicas. Aunque
todo ello es relevante.
___
1) Burke, Peter et al, Formas de hacer historia, Madrid,
Alianza Editorial, 1993.
2) Darnton, Robert, “Historia de la lectura”, en Burke, Peter et
al, Formas de hacer
historia, Madrid, Alianza Editorial, 1993, p. 192.
3) Darnton, Op cit, 204-213.